Casi 30 años después de que Argentina ganara el Mundial de 1978, como anfitriones, Osvaldo Ardiles, figura de esa selección, declaró con amargura que "duele saber que fuimos un elemento de distracción para el pueblo mientras se cometían atrocidades".
Jorge Rafael Videla, ex general y dictador de ese país entre 1976 y 1981. Fue quien le entregó la copa a Daniel Passarella tras la final y el que lideró lo que es considerada como una de las peores maniobras de manipulación política ligada al deporte, ya que el fin era "blanquear" su mandato ante la opinión internacional.
"Fui usado. Lo del poder que se aprovecha del deporte es tan viejo como la humanidad", reconoció después César Menotti, entrenador del equipo.
Varios libros y artículos apuntan a que ese torneo, fue clave en la agenda de la dictadura casi desde el día en que la cúpula militar que presidía Jorge Videla se instaló en el poder.
De hecho, el 24 de marzo de 1976, cuando ocurrió el golpe de Estado, entre los comunicados que apuntaban a supresiones de derechos emitidos por el gobierno de facto hubo uno que anunciaba la interrupción de la cadena nacional para ofrecer en directo el amistoso Polonia-Argentina.
Una de las primeras medidas del régimen fue ratificar la organización del Mundial'78, con el apoyo de la FIFA. "Argentina está ahora más apta que nunca para ser la sede del torneo", afirmó el presidente del organismo, Joao Havelange.
El vicealmirante Carlos Lacoste, mano derecha del jerarca de la Armada Emilio Massera, se convirtió en el encargado del deporte argentino durante la dictadura y el responsable de mostrar al exterior un país distinto al que el mundo veía.
EL APOYO DE LOS JUGADORES
Hubo un intento de boicot por parte de algunas selecciones, como Holanda y Francia, pero finalmente participaron todos los equipos clasificados, aunque hubo deserciones individuales. Las más destacadas fueron las del holandés Johan Cruyff y el alemán Paul Breitner, pero también sorprendió una en la propia "Albiceleste". Jorge Carrascosa, capitán histórico de la selección de Menotti, abandonó el equipo por "cuestiones de conciencia".
El portero sueco Ronnie Hellstrom apoyó abiertamente a las víctimas y acompañó en una marcha a las Madres de la Plaza de Mayo.
"¡GANAMOS!"
También hubo situaciones extrañas para el contexto que se vivía. Como cuando Jorge "Tigre" Acosta, miembro del aparato represor, le gritó "¡Ganamos!" a los prisioneros de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), principal cárcel clandestina de la dictadura, punto de partida de los "vuelos de la muerte" y situada a sólo dos kilómetros del estadio donde los argentinos Mario Kempes y Daniel Bertoni habían vencido por 3-1 a Holanda en la final del torneo. Aunque antes está el cuestionado partido contra Perú. Argentina debía ganar por 4-0 para llegar a la final. Se impuso por 6-0 y las acusaciones de soborno siguen hasta hoy y hasta jugadores peruanos han reconocido que situaciones extrañas.
En el libro "La vergüenza de todos", el periodista y abogado Pablo Llonto asegura que aquel partido decisivo fue utilizado como parte de la represión, destacando que varios detenidos fueron llevados por sus torturadores a celebrar en las calles el título. El autor también ha declarado que se llevaban prisioneros como periodistas para que en las conferencias de prensa realizarán preguntas favorables a la situación del país. "Nos usaron para tapar las 30 mil desapariciones.
Me siento engañado y asumo mi responsabilidad individual: yo era un boludo que no veía más allá de la pelota", dijo una vez el jugador Ricardo Villa, resumiendo lo que para muchos significó en verdad el Mundial de 1978.
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